domingo, 14 de marzo de 2010

Feast On Dismembered Carnage

Mañana despertarás y te darás cuenta de que estás solo en casa. Tu madre no está. Tu padre tampoco. Algo extraño para tratarse de un día normal: el desayuno no está hecho, nadie te da los buenos días, ni tampoco puedes conversar sobre lo que será tu aburrido día de instituto. Pero el silencio y la soledad matutina no es lo único que desentona en tu subjetiva visión. Un olor extraño llega a tu olfato que, aunque no es muy fuerte sí que penetra hasta lo más profundo de tus pulmones. Aunque no le prestas demasiada atención, no es un buen acompañante a tu tostada con mantequilla y mermelada de frambuesa, así que decides investigar de dónde proviene. Llamas a tus padres para que lo hagan por ti y sólo obtienes como respuesta el pausado susurro del flujo de aire de tu respiración. Qué remedio, tendrás que dejar tu trozo de pan para averiguar de dónde viene el olor. Te levantas. Vas a la cocina, pero el extraño olor no viene de allí. Recorres la casa, y el rastro te lleva a la puerta cerrada de la habitación de tus procreadores. ¿Qué carajo habrá allí dentro que huela tan mal? Abres la puerta. El hedor sale de la habitación y te impregna como si ya no cupiera más aire en esos cinco metros cuadrados. Automáticamente unas arcadas de lo poco que has desayunado te vienen a la garganta y te abrasan, pero te controlas y no vomitas. Sólo te tapas la nariz con la mano derecha como si sirviera de algo, y con el brazo izquierdo buscas el interruptor de la luz, hasta que das con él y una tenue lámpara alumbra la habitación. Ahora sí, atónito, vomitas. Ningún sintagma es capaz de describir el estado de descomposición, putrefacción, partición y muerte de tus padres. Notas cómo las paredes de la habitación se van estretchando y el techo bajando. Es sólo un efecto de tus sentidos, pero entre tus migas de pan vomitadas surge una claustrofobia que puede contigo. Sin más remedio el mundo se te viene encima, te va faltando el aire, dejas de sentir suelo alguno y el cuarto, a pesar de no haber apagado la luz, se va oscureciendo progresivamente hasta no ver ni sentir nada.

Estás muerto.


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